sábado, 31 de enero de 2009

X

A través de la deslucida ventana de su dormitorio fue descendiendo la matinal luz del sol. Cuando un vivo rayo se comenzó a filtrar por sus pesados párpados, despertó X. Desperezándose con generosos bostezos, se levantó de la cama y caminó lánguidamente hacia el baño. Primero echó la caliente agua en la bañera y después, la fría hasta entibiarla. Los descascarados azulejos de las paredes, los oxidados vidrios del tragaluz, el resquebrajado reflejo del espejo, todo había humedecido el vapor del agua. Sin embargo, apenas X miró el empañado espejo, se pudo reconocer en esa otra cara tras el cristal, que era y no era la suya.


Se desnudó ante el desconcertante espejo, hundió enteramente su sucio cuerpo en la templada agua de la bañera y empezó a oír un suave pero persistente zumbido. Enseguida invadieron a X apacibles la calma y el olvido. Perdió la noción del tiempo y, junto a ella, el tiempo. Advirtió que el zumbido en el agua no era sino el sonido del silencio, una tenue frase que el silencio repetía incansable. Pero de ella sólo lograba comprender tres secretas palabras que le parecían inconexas entre sí.


……........….. mar …….…….. ser …….…..… paz ….…………

…………….. mar …….…….. ser …….…..… paz ….…………

…………….. mar …….…….. ser …….…..… paz ….…………


Respirando anhelosamente, salió de la bañera. Hasta entonces había estado bajo la asfixiante agua. Con una gastada toalla se fue secando delante del espejo en el que había visto transfigurada su cara. Quería mirarla, saberla, penetrarla otra vez. Pero en el confuso cristal ya nada había para X.